lunes, 17 de diciembre de 2012

Divagaciones

Hoy me he preguntado algo: si mi mundo fuese como una habitación… ¿qué tendría? ¿Cómo sería?
Y en mi mente hay todo el tiempo una habitación vacía, más o menos amplia, de paredes gris-beige y suelo enmoquetado de algún tono más oscuro. He intentado centrarme primero en los muebles (que se supone que es lo fundamental en una habitación). Me he esforzado en imaginar todos los enseres que tendría, pero lo primero en lo que pienso siempre es en las fotos, y no entiendo el motivo: me gusta –tal vez bastante-, pero aun así no me considero una amante ferviente de la fotografía. En esas fotos solo alcanzo a ver un rostro: mi hermano. Luego si me concentro un poco más, logro ver a mi madre, mi padre y una única amiga. Una. Solo una. Bueno, y quizás también aparece por ahí la mata peluda a la que llamo “perro”. Y detrás de esas fotos principales aparecen tan solo unas más: mis abuelos, mis tíos y mis primos.
Una vez que tengo en mi mente esas fotos (fotos que, por cierto, ni siquiera existen, son pura creación de mis divagaciones), con sus marcos y todo –ciertamente solo alcanzo a ver uno azul claro-, puedo visualizar algún mueble. Pero solo uno. Una cómoda llena de cajones, con las fotos arriba del todo, pegada a la pared del fondo. Luego mi yo interior solo puede fijarse en las paredes. Póster, aunque no sé de qué, alguna camiseta de un buen recuerdo, y poco más.
Si apuro demasiado a mi amiga la imaginación y finjo ser quien no soy para mí misma durante un momento, logro ver a mi derecha una cama y a mi izquierda una ventana. Entonces el suelo se ilumina ligeramente gracias al sol, pero es todo tan falso que lo deshecho de mi mente obligándome a mí misma a no ser tan convencional.
Así bien, tengo una cómoda con cajones que no tengo ni idea de qué esconden y unas fotos de mi familia más íntima y una amistad. Y no dejo de pensar eso. ¿Por qué la primera imagen es mi hermano, y no mi madre o mi padre? ¿Por qué es esa amiga y no otra; por qué esa y no la que pensé que siempre estaría en esa fotografía? ¿Y por qué, cuando pienso ya más profundamente, gente que creía que estaría sin dudar en esas fotos… ni siquiera las he imaginado en su sombra más borrosa? 


Lo curioso de todo esto es cuando te das cuenta de quién realmente está en tu vida. Lo analizas todo y te das cuenta sin quien no podrías, no querrías, o no sabrías vivir. Hay otra gente que realmente te importa, es necesaria para ti, te ayuda en tu día a día… pero no es la gente de tus fotos. No es esa gente con la que cuentas siempre que tienes un problema, una alegría, una noticia sin más. No es quien realmente escucha tus problemas hasta que se te seca la boca de tanto hablar, quien te responde absolutamente a todo con la franqueza que solo ellos pueden demostrar, quien nunca te regala el oído por quedar, tal vez, mejor, quien siempre, siempre, siempre está… y quien siempre estará.

viernes, 12 de octubre de 2012

Qué sé yo...

"Nos veremos pronto", dijiste. Y después cerraste la puerta y te perdiste mientras tu olor seguía paseándose por la habitación. Y confié en esas palabras. Antes de que la puerta llegara a encajar en el marco pensé -o más bien imaginé- cómo sería ese "vernos" y ese "pronto". Y para qué hablar más...
Acabé saliendo yo también de esa habitación y continué mi día a día. Y en cada despertar pensaba: ¿cuánto queda para ese "pronto"? Pero ya ves tú, es una de tantas preguntas, ¿no? Qué sé yo...
Pasó un cierto tiempo y volviste a aparecer. Y en mi extrema felicidad volvía a ser tremendamente infeliz. Volvió a ser increíble y volviste a decir "nos veremos pronto", mientras la puerta se cerraba, o antes de que se cerrase, o ya desde fuera, qué sé yo...
Y el día a día siguió con la incógnita de siempre. Y yo hacía cosas que sabía que un día me echarías en cara, aun sabiendo que yo tenía más del triple que replicar, pero no lo hacía... ¿Y por qué? Qué sé yo.
Y otra vez apareciste. Con tu sonrisa, tu pelo, tu olor, tu voz. Tus andares, tus bromas, tus gestos... Vale, sí, eras tú, me quedó finalmente claro con tu primer abrazo. ¿Qué más podía pedir? Qué sé yo, aquello era perfecto. Mis ojos reflejaban una felicidad pocas veces vista, pero mi interior casi lloraba -si fuese más ñoña...-. Y entre beso y abrazo, me contabas todo. Y cuando digo todo, me refiero hasta las anécdotas más perdidas que nunca se dicen, simplemente porque no surgen o porque son tan lejanas que ya piensas que habrán perdido su valor. Me contabas tus sueños, tanto reales como ficticios. Tus secretos pasaban a ser míos. Me contabas cosas que no habías querido contarme antes, cosas que habías esperado hasta tenerme enfrente para ver mi cara, mi expresión, para saber qué pensaba realmente. Para demostrarte a ti mismo una vez más lo bien que me podías llegar a conocer. Todo lo que podías saber de mí con solo mirarme.
Y entre tanta palabra, silencio y sonrisa, unos besos por aquí y unos abrazos por allá... yo volvía a caer.
Y entonces ocurría: "nos veremos pronto". Y salías de aquella habitación. Siempre la misma habitación, siempre la misma ciudad; siempre los mismos idiotas. Siempre el mismo hotel.
Otro año más. Y otro... Y cada 365 días volvíamos a vernos durante una noche que parecía que nunca llegaba y que nunca iba a terminar, pero que realmente terminaba más rápido de lo que se puede llegar a pensar...

La desolación me invadió. Se apoderó de mí cuando vi y escuché cómo aquella sólida puerta se cerraba tras tu cuerpo. Cuando escuché solamente el "clic" del resbalón. Solo eso. Aquella vez no lo acompañó el sonido de tu voz; tu anhelo de un reencuentro parecía haber pasado a mejor vida. Escuché con lágrimas en los ojos, asumiendo lo que era mi vida, unos pasos alejándose por el pasillo.
La verdad, a día de hoy aún me cuesta encajar ese rato en un momento del tiempo. ¿Fueron segundos, minutos, horas... años? Qué sé yo. Pero fue eterno. Eternamente doloroso.
Pero entonces el sonido de una tarjetita abriendo la puerta me hizo levantar la mirada.
Y ahí estabas. Tan despeinado como siempre, con la misma ropa que llevabas la última vez que te había visto -por primera vez ocurría esta maravilla-, y con tu mirada. Esa mirada que aun no comprendo (¿sonríe, no sonríe?).
-Oye... ¿ese "pronto", es "ya"?

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Lo bueno, si breve, dos veces bueno

Esta mañana, cuando el despertador materno aún no me había despertado, el frío, el ruido y la luz que entraban por la ventana abrieron mis ojos. Observé la manta azul limpia, como recién lavada, que alguien había colocado encima de mi ventana. Escuché el lejano piar de algún pájaro de estos a los que les gusta madrugar. También pude oír como la gente más madrugadora ya iba en sus coches -con cara de sueño seguro- camino del trabajo, universidad, etc.
Me dí cuenta de que gracias al frío y la luz el sueño ya había huido de mí, y seguramente se había refugiado en un sitio cálido y oscuro esperando a poder hacer acto de presencia. También observé, con cara extraña y ojos entornados, la esfera del reloj de mi muñeca. Comprendí que debía de estar enferma para estar despierta a esas horas en las que las calles se acaban de colocar en su sitio. No sabía qué hacer. No iba a dormir más, no tenía hambre, no quería levantarme. Y notaba a mi perro dormido en mis piernas, no podía despertarlo con tan poca delicadeza.
Cerré los ojos y me dejé llevar.
Sentí como mi cuerpo se elevaba y salía por la ventana. Y me noté subir, subir y subir. Subir hasta notar como un agua cálida y demasiado agradable me empezaba a mojar la cabeza. Entonces abrí los ojos dentro de mí y asumí que estaba tocando el cielo con mis manos. Lo tocaba y notaba cómo era. Pude ver gente a la que echaba tanto de menos que día a día me dolía a más no poder. Y pude hablar con ellos mientras nos bañábamos en ese agua tan rara, con remolinos por todas partes que iban formando unas nubes demasiado pintorescas. Me contaban qué habían estado haciendo todos estos años; me resolvían las incógnitas y dudas más decisivas de mi vida y me orientaban en mi camino futuro.
Quise quedarme ahí hasta que el mundo dejase de ser mundo. Quise estar con ellos eternamente. Quise experimentar y averiguar más de ese cielo raro que venía a visitarme a las 7 de la mañana. Pero, mientras reía por el típico chiste tonto que solía soltar una persona, notaba un movimiento a mis pies. Y empecé a sentir como aquel maravilloso sueño se escapa de mis manos. Había sabido en todo momento que era un sueño. Un sueño extraño... porque me sentía despierta y a lo lejos oía a mi madre trastear por la casa, y sentía al perro en los pies, y seguía viendo la luz en los párpados y el frío seguía haciéndose amigo íntimo de mi cuerpo. Estaba despierta, pero tenía el mejor sueño posible.
Mientras mi mirada se despedía de ellos, escuchaba a mi madre entrar y empezar a hablar, y notaba como el perro se iba poniendo en posición para saltar sobre mí a darme los buenos días. El movimiento que había en mis pies hacía unos segundos se convertía en una bola de pelo ladrándome para despertarme, como cada mañana, y mis personas desaparecieron mientras, a una velocidad en la que la ciudad se veía increíblemente borrosa, descendía tanto que volvía a entrar por mi ventana entreabierta y volvía a introducirme en el cuerpo tonto y adormilado que había en mi cama.
Abrí los ojos. Observé la cara de mi perro a escasos cinco centímetros de mí con expresión alegre y expectante, miré a la izquierda y vi cómo mi madre hablaba sin parar creyendo en su mundo feliz que yo escuchaba alguna palabra. Vi mi mundo real y, pese a lo bonito que suele ser, extrañé aun más -lo cual es bastante complicado- ese universo paralelo en el que podía abrazar a esos que se habían ido hacía ya tantos años. Deseé volver cada mañana, cada noche, cada momento. Pero... lo bueno, si breve, dos veces bueno.

domingo, 1 de julio de 2012

Favorito


Te convertí en mi "algo favorito". Cuando me preguntaban qué era lo que más me gustaba, aunque fuese sobre algo concreto... yo pensaba en ti. Y en tus ojos al mirarme.
Cuando tienes un favorito todo parece más sencillo. O más complicado, depende de cómo lo mires. Una persona que habita en ti desde que te despiertas hasta que te vuelves a despertar, y así sucesivamente.
Pero todo cambia cuando tienes que coger a esa persona, a tu persona, a tu favorito, y lo tienes que meter en una caja y olvidarlo. Sacas sus defectos, por pequeños e insignificantes que sean. Los haces enormes y te autoconvences de que no es bueno. Aunque también sacas sus virtudes. Pero las haces tan diminutas que apenas se pueden apreciar y, además, las rompes como si fuese papel viejo y pasado. Tal vez sea porque todo se convirtió en algo viejo y pasado, ¿no? El tema es que lo haces tan pequeño entre sus enormes defectos -defecto que un día viste como virtud- que consigues meterlo en una cajita tan pequeña que la podrías ocultar en tu puño sin problema. Entonces esa cajita la metes dentro de otra caja un poco más grande y más fea, que es tu falsa sonrisa, y lo tiras todo al mar. Observas bien y hasta que la vista te falla como esa caja se va alejando. Tarda. Tarda mucho. El mar parece que no quiere moverse y alejarte de toda esa porquería ya mojada. Pero entonces una pequeña ola llega. Y otra. Y otra. Y así hasta que la cajita se pierde de vista con su falsa sonrisa y su dolor y vuelves a notar la brisa que un sucio cristal un día te quitó.

sábado, 9 de junio de 2012

Aburrimiento sería la palabra


¿No os pasa que a veces os da por pensar en cosas que no deberíais? Pues bien, a mí me pasa con demasiada frecuencia. Y no me refiero solo a cosas tristes o pasadas que por unos segundos te dibujan una sonrisa en la cara y luego te dejan mal para todo el día. También hay cosas no-tristes que no se deben pensar, como en ciertas personas que fueron amigos y dejaron de serlo tan rápido como se parpadea, o que directamente nunca lo fueron; también hay momentos en los que te pones tu solita a filosofar sobre el por qué de tu existencia -sí, esa que tanto agrada a unas personas pero que a la vez tanto desagrada-; te puedes llegar a plantear incluso cosas enormes que harás cuando tengas la edad. Entonces viene la siguiente pregunta: ¿y cuándo será esa edad? Tienes tu vida organizada a la perfección en tu mente y así es como sueñas que sea, pero... ¿y si no?
Esto sería un prototipo de cosas que no hay que pensar demasiado. Mi respuesta a esta infinidad de cosas casi siempre es: Dios dirá.
Pero entonces, cuando me respondo a mí misma eso, aparece una vocecita toca narices dentro de mi mente que me dice: ¿y si Dios no dice? Y entonces empieza otro incesante ir y venir de pensamientos agotantes y sin sentido que solo te hacen perder el tiempo en los momentos más claves de tu día a día: como una época de exámenes, una cita especial, unos trabajos, unas conversaciones importantes... Lo que sea.
El pensar es demasiado malo (llego a esta conclusión después de muchas hostias). ¿Cómo podía gustarles a gente como Aristóteles, Kant, Nietzsche -y un largo etc- pasarse el día entero pensando y sacando conclusiones sobre la vida de gente a la que ni conocían? Es algo realmente agotador.
Pero claro, por otro lado está la satisfacción de pensar, ¿no? Ese momento (la palabra ideal sería: glorioso) en el que, tras mucho pensar, encuentras la respuesta que esperabas, recuerdas lo que querías recordar, yo que se... Es ese momento en el casi llegas a pensar: coño, pues pensar mola.
Pues... no, no os engañéis.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Momento dulce

El viento balancea las hojas, verdes de vida. El Sol, en lo más alto, parece sonreír, saludar y charlar con cada persona. No hay nubes, ¿para qué? No hacen falta.
Todo es perfecto. Bueno, casi todo. Incluso dentro de ti. Esos días oscuros parecen disiparse poco a poco con cada segundo de libertad que el viento te brinda. No buscas inspiración: no la necesitas. No añoras alegría: ya la tienes. No ansías vida: ahora es toda tuya.
Estás en un buen momento. Unas presiones por aquí, unos problemillas por allá... pero incluso llegas a sentir que nada puede salir mal. En las revistas, la gente llama a esto "momento dulce". Pero, bueno...
Realmente, una sensación así es más que eso.



Imagen por cortesía de Miguel Rodríguez Germán. 
http://miguelrodriguezphotos.blogspot.com.es/

sábado, 21 de abril de 2012

Mensajes


El otro día, mientras subía las mismas escaleras de cada día, miré a mi derecha y durante unos segundos observé el pasillo que había. Ese pasillo en el que descubrí tantas cosas con una sola palabra. Reviví el momento en que todo ocurrió, en que esas palabras y esos hechos entraron en mi mente y así, como por arte de magia, averigüé todo lo que tenía dentro.
La verdad, me acuerdo bien de aquello. Y sin tan siquiera cerrar los ojos y concentrarme, vuelvo a vivirlo. Y, como aquel día de Junio, me sigo preguntando qué fue, qué tuvieron aquellas palabras de especial -tan normales como cualquier otras- que consiguieron introducirme en un mundo que pocas, muy pocas veces había visitado. Un mundo del que cada día me alejo más.

martes, 28 de febrero de 2012

"¿No te acuerdas?"

Una luz amarillenta, rojiza, clara, potente, cálida -una luz realmente difícil de explicar- empezaba a colarse por la ventana, limpia en el centro y sucia por los extremos. En el sofá, ennegrecido por el paso del tiempo, estaba sentada ella. Pese a que estaba amaneciendo ahora, llevaba ya algún tiempo despierta. Su mirada se posó en un trozo de la pared, donde la luz iba bailando siguiendo el paseo del sol hacia lo alto del cielo. Estaba algo desorientada. Había pasado tiempo sin pensar en nada que le hiciese daño, pero desde hacía unos días esos pensamientos acudían solos a sus pensamientos y sus sueños. Gracias a esto había perdido su, ya de por sí escasa, concentración, y además se veía obligada a deambular todo el día con cara de cansada y preocupada por culpa de las pesadillas y casinos sueños que la acompañaban cada noche.
En esas horas que pasaba despierta esperando a que el sol la saludase, intercambiaba sus dudas y recuerdos con las escasas estrellas que conseguían huir de la asquerosa contaminación de la ciudad y se dejaban ver de vez en cuando. A más pensaba, más preguntas se hacía. ¿Es que, después de todo, no había significado nada? Parecía que todos sus esfuerzos e ilusiones se habían olvidado, y que ahora él no recordaba ni su nombre. Pero, en cambio, ella sí. Ella lo recordaba todo. Hasta el no-peinado que él solía llevar.
Ahora eso de poco servía. Realmente, no sabía si lo echaba de menos o no. A ratos sí, a ratos no. Ni siquiera recordaba cual había sido su última conversación; tampoco quería recordarla. Odiaba sentirse así, como perdida, olvidada.
El sol cada vez estaba más alto saludando poco a poco a toda la ciudad, campo y huerta incluidos. Se asomó al balcón y observó como los coches más madrugadores se espabilaban corriendo por la autopista. Se dio cuenta de que historias como la suya, y muchísimo peores, había a montones por cada rincón de esa pequeña ciudad, y volvió a su cuarto dispuesta a vestirse… un poco más optimista.


jueves, 16 de febrero de 2012

Cuánto tiempo


Por un rato voy a permitirme echarte de menos. Voy a dejar que mi mente y mi corazón recuerden tus besos y tus abrazos. También aprovecharé para pensar en cada conversación, en cada gesto y en cada palabra que me has dicho. Abriré paso por si alguna lágrima algo encaminada quiere ver la luz; gritaré y patalearé si así lo estimo oportuno. Incluso yo misma me esforzaré por recordar cada momento. Y sonreiré cuando vea con los ojos del pasado esas calles nocturnas, o diurnas -qué más da- en las que a cada dos metros sentíamos la necesidad de besarnos, abrazarnos o simplemente tocarnos. Voy a revivir con mi imaginación los momentos en los que tus brazos me rodeaban por detrás...
Me voy a dar el lujo de pasar un rato enteramente dedicado a ti. ¿Y eso por qué? Sencillamente, porque lo necesito. Pero, principalmente, porque me voy a dar el gusto y el desahogo de pensarte ahora... para no tener que pensarte nunca más.



Imagen por cortesía de Juan Orenes Gambín.

domingo, 5 de febrero de 2012

Título


Perderse no estuvo mal. Pero aun cuando vagábamos sin saber qué camino tomar, ambos sabíamos que en poco tiempo -muy poco, de hecho- todo aquel sueño, toda aquella aventura, iba a terminar tan rápido como había empezado.
Aquello era algo suicida. Algo que alguien que realmente se ame a sí mismo nunca lo haría; algo que sabíamos que nos iba a hacer tanto daño que íbamos a querer llorar y llorar durante horas, y días. Pero, ¿y qué? Realmente, estando ahí, no habían muchas cosas a las que diésemos importancia, por pequeña que fuese. Solo nos importábamos nosotros, solo nos importaba disfrutar de cada escaso y agonizante segundo, y digo agonizante porque morían a pasos agigantados.
Ya en el último beso de aquel raro día, los dos sabíamos que nada iba a volver a ser como lo había sido. Que no íbamos a volver a hablar durante horas, que no soñaríamos impacientes con la hora de vernos aparecer, que no nos íbamos a reír el uno del otro, no. Ahora, todo había cambiado. Ahora, todas las sonrisas y palabras tendrían un mensaje oculto extremadamente difícil de descifrar; de hecho, aquello era tan difícil que muchas cosas aún no las entiendo.
Y, como se adivinaba fácilmente desde lejos, todo aquello terminó peor de lo que había empezado. Con una despedida fría y prácticamente programada, que no expresaba más que enfado, extrañeza y, casi, dolor.
A día de hoy, me sigo preguntando que breve gesto fue realmente lo que lo jodió todo. Fue algo increíble, ha sido algo increíble, pero acabó llegando el momento que ambos temíamos, que los demás deseaban, que se predecía: el fin.



Imagen por cortesía de Juan Orenes Gambín.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Juan Orenes.












































































































Orgullo.


Juan Orenes Gambín.