"Nos veremos pronto", dijiste. Y después cerraste la puerta y te perdiste mientras tu olor seguía paseándose por la habitación. Y confié en esas palabras. Antes de que la puerta llegara a encajar en el marco pensé -o más bien imaginé- cómo sería ese "vernos" y ese "pronto". Y para qué hablar más...
Acabé saliendo yo también de esa habitación y continué mi día a día. Y en cada despertar pensaba: ¿cuánto queda para ese "pronto"? Pero ya ves tú, es una de tantas preguntas, ¿no? Qué sé yo...
Pasó un cierto tiempo y volviste a aparecer. Y en mi extrema felicidad volvía a ser tremendamente infeliz. Volvió a ser increíble y volviste a decir "nos veremos pronto", mientras la puerta se cerraba, o antes de que se cerrase, o ya desde fuera, qué sé yo...
Y el día a día siguió con la incógnita de siempre. Y yo hacía cosas que sabía que un día me echarías en cara, aun sabiendo que yo tenía más del triple que replicar, pero no lo hacía... ¿Y por qué? Qué sé yo.
Y otra vez apareciste. Con tu sonrisa, tu pelo, tu olor, tu voz. Tus andares, tus bromas, tus gestos... Vale, sí, eras tú, me quedó finalmente claro con tu primer abrazo. ¿Qué más podía pedir? Qué sé yo, aquello era perfecto. Mis ojos reflejaban una felicidad pocas veces vista, pero mi interior casi lloraba -si fuese más ñoña...-. Y entre beso y abrazo, me contabas todo. Y cuando digo todo, me refiero hasta las anécdotas más perdidas que nunca se dicen, simplemente porque no surgen o porque son tan lejanas que ya piensas que habrán perdido su valor. Me contabas tus sueños, tanto reales como ficticios. Tus secretos pasaban a ser míos. Me contabas cosas que no habías querido contarme antes, cosas que habías esperado hasta tenerme enfrente para ver mi cara, mi expresión, para saber qué pensaba realmente. Para demostrarte a ti mismo una vez más lo bien que me podías llegar a conocer. Todo lo que podías saber de mí con solo mirarme.
Y entre tanta palabra, silencio y sonrisa, unos besos por aquí y unos abrazos por allá... yo volvía a caer.
Y entonces ocurría: "nos veremos pronto". Y salías de aquella habitación. Siempre la misma habitación, siempre la misma ciudad; siempre los mismos idiotas. Siempre el mismo hotel.
Otro año más. Y otro... Y cada 365 días volvíamos a vernos durante una noche que parecía que nunca llegaba y que nunca iba a terminar, pero que realmente terminaba más rápido de lo que se puede llegar a pensar...
La desolación me invadió. Se apoderó de mí cuando vi y escuché cómo aquella sólida puerta se cerraba tras tu cuerpo. Cuando escuché solamente el "clic" del resbalón. Solo eso. Aquella vez no lo acompañó el sonido de tu voz; tu anhelo de un reencuentro parecía haber pasado a mejor vida. Escuché con lágrimas en los ojos, asumiendo lo que era mi vida, unos pasos alejándose por el pasillo.
La verdad, a día de hoy aún me cuesta encajar ese rato en un momento del tiempo. ¿Fueron segundos, minutos, horas... años? Qué sé yo. Pero fue eterno. Eternamente doloroso.
Pero entonces el sonido de una tarjetita abriendo la puerta me hizo levantar la mirada.
Y ahí estabas. Tan despeinado como siempre, con la misma ropa que llevabas la última vez que te había visto -por primera vez ocurría esta maravilla-, y con tu mirada. Esa mirada que aun no comprendo (¿sonríe, no sonríe?).
-Oye... ¿ese "pronto", es "ya"?