viernes, 21 de enero de 2011

Escapa

Miedo. Pánico. Terror. Cuando ves lo que se avecina, sientes lo que va a pasar. Y tu cuerpo se estremece, sin poder evitarlo dejas de respirar. Intentas no hacer ningún movimiento, no tocar nada, no dar indicio alguno de estar ahí, y en tu mente inconscientemente empiezas a rezar cada palabra que conoces en busca de cualquier señal divina que pudiera ayudarte. Pero nada ocurre, el horror sigue invadiendo imparablemente cada poro tembloroso de tu acurrucado cuerpo, débil, casi inerte ya, esperando terriblemente que eso, lo que esperas, suceda. Hasta sientes que te mareas al "imaginar" lo que va a ocurrir. Aunque ciertamente sabes que no dudará ni una milésima de segundo. Simplemente pasarás de "estar" a "no estar". Y, entonces, ocurre. Una avalancha ardiente, que quema cada partícula que se encuentra, te baña en su candente oscuridad. Lo reduce todo a la nada, ni siquiera puede decirse que sean cenizas. Sí, solo son palabras. Palabras que entran por tus oídos y, efectivamente, queman tu interior. No sabes si empezar a correr porque, total, ¿de qué serviría? La llama que destroza la llevas por dentro y no importa la cantidad de litros de alegría que eches para apagarla... seguirá estando ahí pase lo que pase. Como acto reflejo tus manos cubren tu rostro, tal vez en un vano intento de ocultar el pánico y el dolor que se niega a abandonar tu interior, o quizás solamente para ganar tiempo, para poder pensar aunque sea medio segundo y decidir qué vas a hacer, cómo vas a actuar. Pero de nada sirve. Tu cerebro sigue bloqueado, atrincherado tras una enorme y monstruosa muralla que impide que cualquier viva idea o rastro alguno de esperanza, salga de ahí en busca de iluminar tus suplicantes ojos. Y así, ocurre. El ser que habita en tu interior echa a correr, como si la vida le dependiese de ello, alejándose de tu cuerpo con la inútil pretensión de huir de todo aquello que pueda dañarle... sin darse cuenta de que más destrozado no puede estar. Tu corazón grita. Se desgarra las arterias intentando expresar, tal vez, lo que siente y ve. Pero no funciona. La crónica ya te la han dado, ya sabes lo que ha ocurrido... y ya no puedes huir por mucho que tu alma lo desee. Estás perdido, hundido, acabado... No te esfuerces... Te ha tocado a ti.