jueves, 9 de diciembre de 2010

Aquiles

Miró a través de la ventana. Llovía. A mares, de hecho. Incluso de vez en cuando se podía divisar algún relámpago surcándo el alterado cielo que lloraba desgarradoramente. Daba miedo. La quietud de aquella mugrosa y espeluznante morada podía poner los pelos de punta al mismísimo Aquiles. El suelo de madera, podrida por el paso de los años, crujía a cada paso que daba en su intento de conocer los secretos e historias de esos andamios que tantos días y tantas horas llevaban a sus costillas. A menudo se podía oír cómo alguna puerta se movía en el piso de arriba, quizá mecida por el viento que entraba por alguna ventana mal cerrada. Pero no iba a subir a comprobarlo, el simple hecho de tener que pisar sobre los descompuestos tablones, que parecían hechos de pena más que de madera, conseguía erizarle cada partícula de su entumecido cuerpo. Respiró hondo, trantando de relajarse. Aun no comprendía el "simple" hecho de estar ahí. ¿Fue porque quiso? ¿O le llevaron? ¿O cómo? Lo tenía todo muy borroso, y la escasa luz de la que gozaba cada estancia de aquella vivienda le empezaba a dar un punzante dolor de cabeza que poco a poco iba in crescendo.Con miedo por si aquel siniestro suelo decidía ceder, volvió a la ventana. Ahí plantado, no sabía si sentirse más seguro o más indefenso. Fuere como fuese, la tormenta que se debatía en el exterior parecía darle algo de luz a aquella cochambrosa habitación. Giró sobre sí mismo y observó nuevamente lo que el temporal le permitía ver. Aquello parecía haber sido en sus tiempos mozos algo parecido a un salón. Una especie de sofá, tapado con una vieja y raída sabana, del cual se había levantado él hacía poco, estaba empotrado contra una pared que se caía a trozos. Más a la derecha parecía haber una chimenea y algún otro sillón. Entonces, quien sabe porqué, rebuscó en sus bolsillos. No tenía nada. Ni su movil, ni sus llaves... nada. Se sentía desnudo. No sabía cómo salir de ahí, ni siquiera sabía dónde estaba. Y la casa cada vez hacía más ruidos y más extraños. Intentó evadir todo mal pensamiento de su mente y volvió a mirar por la ventana. Aquello parecía el final de la creación, daba la impresión de que todo se iba a inundar con esa lluvia. Empezaba a sentir miedo de verdad. Pero apenas le dio tiempo a sentir algo diferente al frío o la humedad. Escuchó pasos a su espalda y antes de que pudiera girarse, o reaccionar de alguna manera, un penetrante dolor atravesó su cabeza y todo se volvió, si cabe, más oscuro aún.