lunes, 22 de noviembre de 2010
Combinaciones.
Rayos. Truenos. Relámpagos. Una ristra de sucesos, acojonantes para muchos, seguidos de fuerte lluvia. Unas gotas que caían en picado y se agolpaban contra los cristales de las ventanas y puertas, las maderas y ladrillos de las paredes, las piedras de los suelos, los árboles, los arbustos... Se estampaban con tal intensidad que parecía que a gritos pedían paso para entrar en aquella rústica casa y empapar cada mueble de madera, cada alfombra y cortina, y apagar la viva llama de la chimenea. Dentro de aquel hogareño salón, una persona se había dormido en el sofá. Acurrucada, tapada hasta la boca por dos mantas de cuadros, típicas de una casa así. La llama chisporroteaba a dos metros de ella. Pero eso a ella no le importaba, en ese momento no le importaba nada. Por la sonrisa dulce de su cara, se podría decir a viva voz que estaba teniendo un sueño realmente estupendo. Cada músculo de su cuerpo estaba relajado, aunque de vez en cuando un pie rebelde se movía, escapando a esa extrema relajación. Sus ojos se movían lenta y suavemente bajo aquellos finos párpados. A juzgar por su estado, nadie que la observara diría que algo parecido al fin del mundo se debatía a tan solo unos metros de ella. Inspiraba ternura, calor, amor, cariño... Por una parte, podían dar ganas de abrazarla y apretarla, por otra... era inpensable poder estropear tan maravillosa imagen. Fuera, la tormenta no perecía, si no que, en cambio, parecía que cada vez iba a más. Y, aunque una cosa no tenga nada que ver con la otra... lo curioso y, tal vez, gracioso, es precisamente eso. Como dos situaciones tan diferentes la una de la otra, pueden llegar a congeniar tan bien y a ser tan placenteras si se combinan...
Un gran día.
Estaba en lo más alto del acantilado que tantos momentos de su vida había observado. El viento agitaba su pelo, aunque sin llegar a ser molesto. Era un atardecer precioso, y más precioso aún después del día que había tenido. Hay mucha gente que se piensa que un día solo puede ser perfecto si en él se incluye un primer beso, una primera vez con tu gran amor, un momento que solamente dura unos segundos pero que te tiene en vilo el resto del tiempo... Pero no, nada de eso le había ocurrido. Se podría decir que había vivido un gran día. Sin hacer nada especial, un baño por la mañana, una comida, una buena siesta y un paseo hasta aquel bonito y viejo acantilado... Ya se ve, un día como otro cualquiera... Pero hay días que simplemente son grandiosos. Observó el momento, escuchó el silencio... Se sintió acompañado del viento y del Sol, como si fueran viejos e íntimos amigos que pasan una tarde juntos después de mucho tiempo sin encontrarse. Una tremenda sensación de júbilo inundaba su pecho hasta tal punto que la sonrisa emergía a su boca sin intención de ello; decidió cerrar los ojos y así disfrutar de ese instante, de esos segundos, de ese momento, como si fuera el último que iba a vivir... Después, abrió los ojos y con una sonrisa triunfal en la cara corrió como si la vida dependiera de ello, hasta llegar al linde de aquel suelo rocoso, y saltó.
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