domingo, 28 de noviembre de 2010

Cosas

Ella, nerviosa, frente a la pantalla de su ordenador, todas las luces apagadas, solo unos rayos de sol entran por su ventana. Y a pocos metros él. El de siempre. Pasan los minutos y el ruido de las teclas cesa. Se pasa la mano por el pelo para colocarse el flequillo una de las tres mil veces que lo hace a lo largo del día. Shhh. Escucha. No se oye nada, qué raro.. Guía su cabeza hacia el lado izquierdo y le ve. Dormido. ¿Cómo puede quedarse dormido? Su frustración acaba y pasa a convertirse en curiosidad. Ha tenido su cara delante millones y millones de veces pero aún asi se levanta de la silla y se aproxima al extremo de la cama. Su respiración es de lo más tranquila, como siempre. Su pelo, aún más negro de lo que ella recordaba, se hundía en la almohada de una forma desordenada. Sus ojos, cerrados, se veían incluso más perfectos adornados por sus pestañas; y sus labios... Los labios. Tan apetecibles como tentadores desde el primer día. Su mano se desplazó hasta su pelo y lo acarició, dezlizó los dedos entre el sedoso y despeinado cabello impregnándose de su textura y aroma. Sus labios, envidiosos, se acercaron a los de él y los acariaron. Y, para variar, esa sensación de felicidad y libertad la inundó haciéndole sonreír. Él comenzó a moverse, hasta que abrió los ojos y sonrió al verla ahí. La atrajo hacia sí y la abrazó, la apretó contra él, aspirando su aroma y hundiendo la cara en el largo y suave pelo de la chica: no quería soltarla nunca, y quería tener cada día un despertar similar a los que ella le proporcionaba, como aquel.