lunes, 23 de mayo de 2011
Chorradas... y Ella.
Quisieras gritar. Gritar en cada esquina lo que piensas, lo que sientes; lo que te está comiendo por dentro desde hace ya tanto tiempo que ya ni siquiera recuerdas un sentimiento contrario. Hoy has llegado al límite... Sí, el tope; el techo; has tocado fondo, y por mucho que quieras disimular y que quieras aparentar lo que llevas aparentando todo este tiempo... no puedes: es inevitable, ciertas lágrimas confusas y rebeldes quieren salir de tus ojos. Te jode estar así... y tanto que te jode, ¿por qué todo tiene que ser así? "Así"... usas siempre esa palabra, ¿acaso existe una expresión mejor? No lo creo. Tu cabeza maquina a diario tantas y tantas soluciones que ya no sabes qué hacer y qué callar, optas por "ignorar" y por hacer como que todo va bien. El mundo se te viene encima. No puedes hablarlo con nadie... este porque siempre te escucha y ya debe estar harto; aquel porque, simplemente, no quieres que conozca la parte oscura de tu sonrisa; el otro porque... porque no, porque sencillamente es el causante de tu dolor, y hacerle consciente de eso sería asesinarlo dejando que su corazón siga latiendo. Pero quieres decirlo: lo necesitas. Y mientras piensas cada cosa, cada palabra que desearías decir, mientras todas las vivencias que te han llevado a este momento vuelven a pasar por tu atolondrada mente, mientras que ocurre todo eso... solo sabes llorar. ¿Y qué más? ¿Qué más te pueden pedir? Llevas demasiado tiempo diciendo que estás bien, que todo te va bien, que ella está bien y que todo, en general, funciona como tiene que funcionar... pero, ¿alguien se ha parado a pensar si estarás diciendo la verdad? Ya ni tienes valor de contar qué te ocurre... no quieres, quizás no tienes fuerza porque si lo hicieras... solo sabrías reaccionar con una cosa: llorar. Y lo odias. Odias con toda tu alma llorar, desparramar esas húmedas y humillantes gotas saladas que mojan tu mejilla, marcándola con tu dolor, por pequeño que sea. Pruebas con una ducha... ¿te relaja? No, o quizá sí... no sé, tal vez. Pero el agua que resbala de la mano del jabón por tus poros no hace sino recordarte que sólo estás intentando (penosamente, por cierto) que la bañera cuele y cure tus miedos y anhelos... y te haga sentir mejor contigo misma, con todos. Hasta has dejado de comer... ya sólo sabes pensar. Sólo saber imaginar cómo sería todo de no ser como ahora es. Quieres cambiarlo, joder. Lo necesitas... pero no puedes, y eso es lo que te quema cada arteria que saca la sangre de tu corazón.
Sin novedad en el frente
[...] Y por la noche, al despertar de un sueño hallándonos a merced del agradable torrente de visiones que nos inunda, sentimos con terror la fragilidad del soporte y la debilidad del muro que nos separa de las tinieblas. Somos llamitas mal protegidas por delgadas paredes contra la tempestad del aniquilamiento y de la locura en la que oscilamos y algunas veces casi nos extinguimos. Luego, el sordo rumor de la lucha es como un anillo que nos rodea; nos acurrucamos dentro de nosotros mismos, y con los ojos muy abiertos, contemplamos la noche. Como único consuelo, la respiración de nuestros camaradas dormidos. Así esperamos el amanecer.
Erich María Remarque.
Erich María Remarque.
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