lunes, 14 de febrero de 2011

Puentes

Necesitaba pensar, evadirme, alejarme del ruido de la rutina diaria para así poder pensar... Así que busqué más ruido. Y logré apagar hasta la chillona voz de mi jodida conciencia. Caminé, no mucho, lo justo, hasta un puente. El puente. El de siempre, el que hasta entonces me había escuchado cada uno de mis pensamientos, cada una de mis sensaciones… Sobre sus cimientos cargaba con todos mis pasos, seguidos de malditas y reprimidas patadas a la nada, o a los barrotes de aquella verde y oxidada baranda, acompañandose de llantos contenidos y, al fin, liberados en la tranquilidad e intimidad que me daba el estropeado suelo de aquella pasarela y los acelerados coches que bajo ella pasaban. El ruido de esos coches agolpándose contra mis oídos me hacía sentir libre, lograba arrojar los males que contenía mi interior, el sufrimiento que almacenaba mi cuerpo se iba… arrastrado por los neumáticos de los vehículos que aprisa corrían y no apreciaban mi triste presencia sobre sus cabezas durante milésimas de segundo. Y aquello me hizo pensar… Es curiosa la manera en que un simple puente puede unir cosas tan simples como dos vidas. Y eso nos hace influir en todo, ¿o no?

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