martes, 28 de febrero de 2012

"¿No te acuerdas?"

Una luz amarillenta, rojiza, clara, potente, cálida -una luz realmente difícil de explicar- empezaba a colarse por la ventana, limpia en el centro y sucia por los extremos. En el sofá, ennegrecido por el paso del tiempo, estaba sentada ella. Pese a que estaba amaneciendo ahora, llevaba ya algún tiempo despierta. Su mirada se posó en un trozo de la pared, donde la luz iba bailando siguiendo el paseo del sol hacia lo alto del cielo. Estaba algo desorientada. Había pasado tiempo sin pensar en nada que le hiciese daño, pero desde hacía unos días esos pensamientos acudían solos a sus pensamientos y sus sueños. Gracias a esto había perdido su, ya de por sí escasa, concentración, y además se veía obligada a deambular todo el día con cara de cansada y preocupada por culpa de las pesadillas y casinos sueños que la acompañaban cada noche.
En esas horas que pasaba despierta esperando a que el sol la saludase, intercambiaba sus dudas y recuerdos con las escasas estrellas que conseguían huir de la asquerosa contaminación de la ciudad y se dejaban ver de vez en cuando. A más pensaba, más preguntas se hacía. ¿Es que, después de todo, no había significado nada? Parecía que todos sus esfuerzos e ilusiones se habían olvidado, y que ahora él no recordaba ni su nombre. Pero, en cambio, ella sí. Ella lo recordaba todo. Hasta el no-peinado que él solía llevar.
Ahora eso de poco servía. Realmente, no sabía si lo echaba de menos o no. A ratos sí, a ratos no. Ni siquiera recordaba cual había sido su última conversación; tampoco quería recordarla. Odiaba sentirse así, como perdida, olvidada.
El sol cada vez estaba más alto saludando poco a poco a toda la ciudad, campo y huerta incluidos. Se asomó al balcón y observó como los coches más madrugadores se espabilaban corriendo por la autopista. Se dio cuenta de que historias como la suya, y muchísimo peores, había a montones por cada rincón de esa pequeña ciudad, y volvió a su cuarto dispuesta a vestirse… un poco más optimista.


jueves, 16 de febrero de 2012

Cuánto tiempo


Por un rato voy a permitirme echarte de menos. Voy a dejar que mi mente y mi corazón recuerden tus besos y tus abrazos. También aprovecharé para pensar en cada conversación, en cada gesto y en cada palabra que me has dicho. Abriré paso por si alguna lágrima algo encaminada quiere ver la luz; gritaré y patalearé si así lo estimo oportuno. Incluso yo misma me esforzaré por recordar cada momento. Y sonreiré cuando vea con los ojos del pasado esas calles nocturnas, o diurnas -qué más da- en las que a cada dos metros sentíamos la necesidad de besarnos, abrazarnos o simplemente tocarnos. Voy a revivir con mi imaginación los momentos en los que tus brazos me rodeaban por detrás...
Me voy a dar el lujo de pasar un rato enteramente dedicado a ti. ¿Y eso por qué? Sencillamente, porque lo necesito. Pero, principalmente, porque me voy a dar el gusto y el desahogo de pensarte ahora... para no tener que pensarte nunca más.



Imagen por cortesía de Juan Orenes Gambín.

domingo, 5 de febrero de 2012

Título


Perderse no estuvo mal. Pero aun cuando vagábamos sin saber qué camino tomar, ambos sabíamos que en poco tiempo -muy poco, de hecho- todo aquel sueño, toda aquella aventura, iba a terminar tan rápido como había empezado.
Aquello era algo suicida. Algo que alguien que realmente se ame a sí mismo nunca lo haría; algo que sabíamos que nos iba a hacer tanto daño que íbamos a querer llorar y llorar durante horas, y días. Pero, ¿y qué? Realmente, estando ahí, no habían muchas cosas a las que diésemos importancia, por pequeña que fuese. Solo nos importábamos nosotros, solo nos importaba disfrutar de cada escaso y agonizante segundo, y digo agonizante porque morían a pasos agigantados.
Ya en el último beso de aquel raro día, los dos sabíamos que nada iba a volver a ser como lo había sido. Que no íbamos a volver a hablar durante horas, que no soñaríamos impacientes con la hora de vernos aparecer, que no nos íbamos a reír el uno del otro, no. Ahora, todo había cambiado. Ahora, todas las sonrisas y palabras tendrían un mensaje oculto extremadamente difícil de descifrar; de hecho, aquello era tan difícil que muchas cosas aún no las entiendo.
Y, como se adivinaba fácilmente desde lejos, todo aquello terminó peor de lo que había empezado. Con una despedida fría y prácticamente programada, que no expresaba más que enfado, extrañeza y, casi, dolor.
A día de hoy, me sigo preguntando que breve gesto fue realmente lo que lo jodió todo. Fue algo increíble, ha sido algo increíble, pero acabó llegando el momento que ambos temíamos, que los demás deseaban, que se predecía: el fin.



Imagen por cortesía de Juan Orenes Gambín.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Juan Orenes.












































































































Orgullo.


Juan Orenes Gambín.