Vino, primero, pura,
vestida de inocencia.
Y la amé como un niño.
Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes.
Y la fui odiando sin saberlo.
Llegó a ser una reina,
fastuosa de tesoros...
¡Qué iracundia de yel y sin sentido!
... Mas se fue desnudando.
Y yo le sonreía.
Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.
Y se quitó la túnica,
y apareció desnuda toda...
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!
Juan Ramón Jiménez.
viernes, 10 de diciembre de 2010
jueves, 9 de diciembre de 2010
Aquiles
Miró a través de la ventana. Llovía. A mares, de hecho. Incluso de vez en cuando se podía divisar algún relámpago surcándo el alterado cielo que lloraba desgarradoramente. Daba miedo. La quietud de aquella mugrosa y espeluznante morada podía poner los pelos de punta al mismísimo Aquiles. El suelo de madera, podrida por el paso de los años, crujía a cada paso que daba en su intento de conocer los secretos e historias de esos andamios que tantos días y tantas horas llevaban a sus costillas. A menudo se podía oír cómo alguna puerta se movía en el piso de arriba, quizá mecida por el viento que entraba por alguna ventana mal cerrada. Pero no iba a subir a comprobarlo, el simple hecho de tener que pisar sobre los descompuestos tablones, que parecían hechos de pena más que de madera, conseguía erizarle cada partícula de su entumecido cuerpo. Respiró hondo, trantando de relajarse. Aun no comprendía el "simple" hecho de estar ahí. ¿Fue porque quiso? ¿O le llevaron? ¿O cómo? Lo tenía todo muy borroso, y la escasa luz de la que gozaba cada estancia de aquella vivienda le empezaba a dar un punzante dolor de cabeza que poco a poco iba in crescendo.Con miedo por si aquel siniestro suelo decidía ceder, volvió a la ventana. Ahí plantado, no sabía si sentirse más seguro o más indefenso. Fuere como fuese, la tormenta que se debatía en el exterior parecía darle algo de luz a aquella cochambrosa habitación. Giró sobre sí mismo y observó nuevamente lo que el temporal le permitía ver. Aquello parecía haber sido en sus tiempos mozos algo parecido a un salón. Una especie de sofá, tapado con una vieja y raída sabana, del cual se había levantado él hacía poco, estaba empotrado contra una pared que se caía a trozos. Más a la derecha parecía haber una chimenea y algún otro sillón. Entonces, quien sabe porqué, rebuscó en sus bolsillos. No tenía nada. Ni su movil, ni sus llaves... nada. Se sentía desnudo. No sabía cómo salir de ahí, ni siquiera sabía dónde estaba. Y la casa cada vez hacía más ruidos y más extraños. Intentó evadir todo mal pensamiento de su mente y volvió a mirar por la ventana. Aquello parecía el final de la creación, daba la impresión de que todo se iba a inundar con esa lluvia. Empezaba a sentir miedo de verdad. Pero apenas le dio tiempo a sentir algo diferente al frío o la humedad. Escuchó pasos a su espalda y antes de que pudiera girarse, o reaccionar de alguna manera, un penetrante dolor atravesó su cabeza y todo se volvió, si cabe, más oscuro aún.
domingo, 28 de noviembre de 2010
Cosas
Ella, nerviosa, frente a la pantalla de su ordenador, todas las luces apagadas, solo unos rayos de sol entran por su ventana. Y a pocos metros él. El de siempre. Pasan los minutos y el ruido de las teclas cesa. Se pasa la mano por el pelo para colocarse el flequillo una de las tres mil veces que lo hace a lo largo del día. Shhh. Escucha. No se oye nada, qué raro.. Guía su cabeza hacia el lado izquierdo y le ve. Dormido. ¿Cómo puede quedarse dormido? Su frustración acaba y pasa a convertirse en curiosidad. Ha tenido su cara delante millones y millones de veces pero aún asi se levanta de la silla y se aproxima al extremo de la cama. Su respiración es de lo más tranquila, como siempre. Su pelo, aún más negro de lo que ella recordaba, se hundía en la almohada de una forma desordenada. Sus ojos, cerrados, se veían incluso más perfectos adornados por sus pestañas; y sus labios... Los labios. Tan apetecibles como tentadores desde el primer día. Su mano se desplazó hasta su pelo y lo acarició, dezlizó los dedos entre el sedoso y despeinado cabello impregnándose de su textura y aroma. Sus labios, envidiosos, se acercaron a los de él y los acariaron. Y, para variar, esa sensación de felicidad y libertad la inundó haciéndole sonreír. Él comenzó a moverse, hasta que abrió los ojos y sonrió al verla ahí. La atrajo hacia sí y la abrazó, la apretó contra él, aspirando su aroma y hundiendo la cara en el largo y suave pelo de la chica: no quería soltarla nunca, y quería tener cada día un despertar similar a los que ella le proporcionaba, como aquel.
martes, 23 de noviembre de 2010
Fotografías
Hoy vuelve a mirar su fotografía. Y se sorprende a sí misma... ¿Cuánto hará? No exageraría si dijera que la última vez que miró aquella cara en aquella fotografía fue hace unos seis meses... Seis meses, en seis meses pueden pasar muchas cosas. Una vida puede empezar a la vez que puede acabar, pero eso no es decir mucho... Una vida puede comenzar y terminar también en lo que dura un suspiro... El caso es que ahora está ahí plantada, quieta, sin moverse, casi sin respirar si quiera, mirando esa foto. Esas fotos. Y un sentimiento de culpa, melancolía, dolor, invade su pecho tan pronto como recuerda la historia de esas imágenes y el tiempo que hace que no las observa. Antes, las miraba cada día, y cada día recordaba cada cosa de la persona retratada en esos trozos de papel. Es curioso como una vida y una relación de tantísimos años, puede cambiar o acabar en tan solo unos segundos rápidos, a la vez que eternos. Mirando esas fotos ahí de pie inmóvil, se siente hundida, triste, hasta con ganas de llorar. El dolor de aquella pérdida ha vuelto a atravesar su pecho a la misma velocidad con que un rayo cae del cielo e impacta contra la tierra... Es asqueroso sentirse así, lo más odioso de este mundo. Pensar en una vida pasada que se arruinó sin posibilidad de mejorarse o recuperarse. Casi una amarga lágrima salada se desliza por su rosada mejilla, cuando entonces decide dejar de mirar ese viejo papel que solo le trae feos, bonitos, alegres y tristes recuerdos que no llevan a nada más que a romperte el corazón en cien pedazitos más cada vez que observas los verdes ojos sin vida reflejados en unos papeles cuadrados llenos de tinta.
lunes, 22 de noviembre de 2010
Combinaciones.
Rayos. Truenos. Relámpagos. Una ristra de sucesos, acojonantes para muchos, seguidos de fuerte lluvia. Unas gotas que caían en picado y se agolpaban contra los cristales de las ventanas y puertas, las maderas y ladrillos de las paredes, las piedras de los suelos, los árboles, los arbustos... Se estampaban con tal intensidad que parecía que a gritos pedían paso para entrar en aquella rústica casa y empapar cada mueble de madera, cada alfombra y cortina, y apagar la viva llama de la chimenea. Dentro de aquel hogareño salón, una persona se había dormido en el sofá. Acurrucada, tapada hasta la boca por dos mantas de cuadros, típicas de una casa así. La llama chisporroteaba a dos metros de ella. Pero eso a ella no le importaba, en ese momento no le importaba nada. Por la sonrisa dulce de su cara, se podría decir a viva voz que estaba teniendo un sueño realmente estupendo. Cada músculo de su cuerpo estaba relajado, aunque de vez en cuando un pie rebelde se movía, escapando a esa extrema relajación. Sus ojos se movían lenta y suavemente bajo aquellos finos párpados. A juzgar por su estado, nadie que la observara diría que algo parecido al fin del mundo se debatía a tan solo unos metros de ella. Inspiraba ternura, calor, amor, cariño... Por una parte, podían dar ganas de abrazarla y apretarla, por otra... era inpensable poder estropear tan maravillosa imagen. Fuera, la tormenta no perecía, si no que, en cambio, parecía que cada vez iba a más. Y, aunque una cosa no tenga nada que ver con la otra... lo curioso y, tal vez, gracioso, es precisamente eso. Como dos situaciones tan diferentes la una de la otra, pueden llegar a congeniar tan bien y a ser tan placenteras si se combinan...
Un gran día.
Estaba en lo más alto del acantilado que tantos momentos de su vida había observado. El viento agitaba su pelo, aunque sin llegar a ser molesto. Era un atardecer precioso, y más precioso aún después del día que había tenido. Hay mucha gente que se piensa que un día solo puede ser perfecto si en él se incluye un primer beso, una primera vez con tu gran amor, un momento que solamente dura unos segundos pero que te tiene en vilo el resto del tiempo... Pero no, nada de eso le había ocurrido. Se podría decir que había vivido un gran día. Sin hacer nada especial, un baño por la mañana, una comida, una buena siesta y un paseo hasta aquel bonito y viejo acantilado... Ya se ve, un día como otro cualquiera... Pero hay días que simplemente son grandiosos. Observó el momento, escuchó el silencio... Se sintió acompañado del viento y del Sol, como si fueran viejos e íntimos amigos que pasan una tarde juntos después de mucho tiempo sin encontrarse. Una tremenda sensación de júbilo inundaba su pecho hasta tal punto que la sonrisa emergía a su boca sin intención de ello; decidió cerrar los ojos y así disfrutar de ese instante, de esos segundos, de ese momento, como si fuera el último que iba a vivir... Después, abrió los ojos y con una sonrisa triunfal en la cara corrió como si la vida dependiera de ello, hasta llegar al linde de aquel suelo rocoso, y saltó.
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